Debo comenzar el post de nuevo con una disculpa. Es una pena que Dios no me premiara con el don de la constancia y de tantas cosas que inicio, no termine ninguna o al menos no realice ninguna con la regularidad que en el fondo me gustaría. Da igual si es el deporte o cualquiera de mis aficiones, alguna termina supeditando a la otra y queda relegada a la trastienda.
Este es el caso de este blog en el que de vez en cuando pienso y me acuerdo, y hasta me sorprendo viendo las estadísticas y viendo que sorprendentemente todavía hay gente que lo sigue y lo lee. Quizás alguno de vosotros haya entrado en más de una ocasión esperando ver alguna actualización y es a vosotros a quien debo pedir disculpas por esta desidia.
Pero de nuevo voy a volver a intentar retomar este blog y al menos, intentaré que no pasen otros dos años antes de volver a postear otra pequeña historia curiosa.
Aprovechando las fechas y todo el misticismo de la navidad y su religiosidad, me apetece contar la vida de San Esteban, santo en parte polémico que celebra su onomástica el 26 de diciembre, día festivo en varias zonas de España.
San Esteban siempre ha sido conocido por ser el primer mártir y santo, siendo considerado como “protomártir” de la cristiandad y al que le cedieron el honor de ser por ello, la primera festividad santoral tras la navidad. Su beatificación por la misma razón también fue muy temprana y su culto y fervor muy extendido ya desde el siglo III de la era cristiana, sobre todo por la iglesia ortodoxa.
Según que cronología revisemos podemos encontrar una fecha u otra para la muerte y lapidación de San Esteban, siendo el año 37 después de cristo la fecha dada por la iglesia, lo que colocaría su muerte entre tres y cinco años después de la fecha de crucifixión de Jesucristo. En esas fechas el cristianismo no estaba en absoluto definido, sino que se observaba por parte de las autoridades religiosas judías como una secta más de las innumerables ramificaciones del judaísmo de la época.
Los hechos de San Esteban están relatados en Los Hechos de los Apóstoles (6-7), y su martirio es sobradamente conocido porque es el único martirio de toda la cristiandad en el que participa otro personaje que más tarde sería también santo. Hablamos como no de Saulo de Tarso, conocido en la cristiandad como San Pablo, el cual participa en su juicio y lapidación, aunque varios estudiosos de la biblia determinan que solamente aguantó las ropas de aquellos que participaron en su apedreamiento.
San Esteban fue uno de los siete diáconos nombrados por los apóstoles para la repartición de las limosnas, y así como otros diáconos callaban y rezaban en las sinagogas, o simplemente exponían sus creencias sin entrar en el debate, San Esteban contradecía las leyes judías igual que Jesús había hecho años antes, poniendo a su maestro por encima del mismo Moisés y declarando su doctrina como independiente del resto de leyes y prescripciones levíticas, llegando a rehusar al templo como el único lugar de adoración de Yahvé. San Esteban tenía, como tantos otros apóstoles, origen heleno, siendo menospreciados por la ley judía y teniendo que establecer su propios templos para sus ceremonias. Esto creaba tensiones entre los judíos hebreos y los helenistas, a los que acusaban continuamente de una falta de religiosidad que atentaba contra las leyes del Sanedrín.
Muy posiblemente fuera este el detonante real de las acusaciones, en parte ciertas, que se vertieron contra San Esteban en las que se le acusaba de violar la ley y que le condujo a su lapidación.
Su juicio fue sumarísimo en el mismo lugar donde años antes fue juzgado Jesús de Nazareth. El santo escuchaba las acusaciones que los testigos formulaban contra él sin pronunciar palabra, esperando su seguro sacrificio sabedor de que iba a correr similar destino que su maestro.
Fue arrastrado hasta las afueras de Jerusalén donde fue apedreado por los que le acusaron hasta matarle, pidiendo a Dios antes de morir que no tuviera en cuenta el pecado de aquellos que eran sus verdugos.
Fue en el siglo IV donde el culto a San Esteban se enriqueció con la invención de sus reliquias. En las cercanías a Jerusalén habitaba un sacerdote llamado Luciano, a quien se le apareció en sueños Gamaliel, maestro de San Pablo y quien enterró a San Esteban tras su muerte. Éste, en el sueño, le daba las indicaciones para que encontrara los restos del Santo y le diera una sepultura más digna. Tras repetirse ese mismo sueño en tres ocasiones, el sacerdote Luciano fue hasta Juan, obispo de Jerusalén, y en el lugar que Gamaliel le dijo encontraron los restos de San Esteban, que fueron depositados en la iglesia de Sión en Jerusalen. Años más tarde, los restos de San Esteban fueron transportados hasta Constantinopla cuando por error la viuda de un senador, equivocó los restos del santo por con los de su marido, transportando al santo en lugar de a éste. Allí permaneció hasta que el emperador Teodosio los envió a Roma para que sanase a su hija, poseída por un demonio que se le había metido en la cabeza; el mismo demonio que reveló, justo antes de ser exortizado, que el santo quería estar enterrado junto a San Lorenzo, donde supuestamente yace.
En las leyendas San Esteban siempre ha sido mencionado para sanar el dolor de cabeza, siendo esa posesión el motivo por el que se le nombra.