viernes, 28 de noviembre de 2008

Una de chistes viejos.

Siempre he pensado que el humor viene de fábrica junto con el hombre.


Desde aquella primera "broma" de Satanás en forma de bífida serpiente, susurrando al oido de una Eva desnuda aquella famosa frase de "come de la manzana, come... que seguro que no pasa nada", que demostró a la humanidad que Dios no tiene sentido del humor, la risa, el cinismo, la ironía, la fiesta y la comedia siempre han sido compañeras del hombre desde sus primeros pasos en este mundo, y quién sabe si no antes.


Hace no demasiado tiempo se ha editado una versión online de un libro único más por su contenido que por su valor arqueológico (que indudablemente lo tiene). Se trata de Philogelos, vocablo griego cuya traducción sería "amante de la risa".


Este libro, datado aproximadamente en el siglo IV, es quizás uno de los primeros recopilatorios de chistes que se conservan actualmente. Escrito en griego, su autoría es dada a Hierocles y Filagrio, una especie de "Faemino y Cansado" de la época antigua que explican a través de esas páginas un total de 256 chistes adaptados a todas las circunstancias de la antigua Roma y a todos sus personajes más arquetípicos como los intelectuales, estudiantes o profesores.


Y aun con todo, esta no es la primera recopilación de chistes de la historia, sino que ya antes Filipo II de Macedonia, el iracundo y colérico padre de Alejandro Magno, pagó para que un club social de Atenas escribiese varios discursos de chistes sobre los miembros de su corte, en el más puro estilo de "El club de la comedia".


Aquí podéis encontrar la edición en griego online del libro a través de la biblioteca Augustana.


Aquí podeis encontrar una recopilación de varios chistes en inglés.


Aprovechando la ocasión, el humorista Jim Bowen (un hombre que a mi, particularmente, no me hace ninguna gracia)está realizando una gira de nombre "Philogelos" dónde narra alguno de esos chistes.

Para ejemplo, un botón;

jueves, 6 de noviembre de 2008

Wamba "El tonsurado"



La historia goda siempre ha estado rodeada de un halo de tinieblas, y la historiografía más clásica e incluso la moderna, se ha encargado de hacernos creer que toda la época transcurrida desde la caida de Roma hasta la invasión peninsular de los musulmanes en el 711, fue una época cubierta de niebla, suciedad, peste, hambre y penurias.


Ciertamente esto fue en parte así, pues salvo excepciones casi todos los reyes godos que reinaron en la península tuvieron como principal lacra de su reinado alguno o todos los problemas que he mencionado.


Pero pese a toda esta oscuridad que desde luego no fue tanta, los godos aportaron importantes cosas a su sociedad, algunas de las cuales han traspasado el tiempo y han llegado incluso a la nuestra; códigos jurídicos, legislaciones, delicadas obras de arte y orfebrería, filósofos que dejaron grandes obras a la humanidad como San Isidoro de Sevilla, marcas territoriales y un sentimiento de propiedad, pertenencia de la tierra y orgullo que quizás haya llegado con la misma fuerza que antaño hasta nuestros días.


Desde Alarico hasta Witiza, los nombres de los reyes godos fueron una tortura para toda una generación, que aprendió de modo automático todos y cada uno de sus nombres, sin embargo, tras cada nombre hay una historia que es en casi todos los sentidos insólita.


Asesinatos, destierros y todo tipo de movimientos políticos han valido para una cultura cuyos reyes eran elegidos por decreto de sus representantes nobles.


Uno de los casos sin duda más insólito es el del rey Wamba, que pasó a la historia como “el tonsurado”. Este rey que reinó durante ocho años, desde el 672 hasta el 680, fue forzado a tomar su cargo como rey aun con su avanzada edad. Tuvo que hacer frente a numerosas rebeliones internas de su propia nobleza, luchas entre católicos y arrianos, las interminables luchas entre los vascones, y una nueva forma de peligro que nunca había experimentado la península, que fue el primer intento de invasión por los musulmanes a través de Algeciras, que fue rechazado con gran valor por parte de los visigodos con Wamba como su representante.


Fue tras una de las rebeliones católicas cuando Wamba puso en su contra a todo un sector católico que conjuró en su contra y que finalmente le destronó de la más original de las formas.


Le prepararon un bebedizo a base de esparteina (un alcaloide altamente narcótico), que Wamba tomó engañado. Tras esto, permaneció grogui durante el tiempo suficiente como para convencer a todos que estaba gravemente enfermo. Dada esta situación, sus consejeros, conspirantes contra él y entre los que estaba el obispo de Toledo, decidieron raparle la cabeza, realizarle una tonsura monacal, quitarle sus ropas, cambiárselas por las de un monje para que fuera ordenado antes de morir, como ya habían hecho algunos reyes anteriores.


Una ley goda prescribía que ningún godo podía reinar si en algún momento de su vida había vestido hábitos. Cuando Wamba vuelve en sentido, se encuentra como monje y por mucho que intenta recuperar la corona, le es imposible argumentar conjura contra las complejas leyes godas.


Desamparado, le hacen firmar un documento por el que reconoce a Ervigio como nuevo rey. Tras esto, se concluye en el desaparecido monasterio de Pampliega donde tras siete años, acaba falleciendo en relativa paz. Allí quedó su cuerpo hasta que Alfonso X lo manda trasladar a la iglesia de Santa Leocadia (Toledo).


Del mismo modo que estas leyes godas prohibían reinar a los que habían sido clérigos, también prohibían el acceso al trono a los que tuvieran cualquier tipo de defecto físico, en especial la ceguera, como fue el caso de otra conjura, pero esa, fue otra historia.